Jlfg – pág. 401
Es un error muy
frecuente identificar éxito con realización personal; pero muchas veces, aquel
hace añicos a este. Hay éxitos que acaban con la persona, la vuelven tosca,
insensible, ciega y sorda a la realidad… ya no ve más que adversarios.
Las ciudades modernas son lugares construidos con criterios comerciales
pero poco o nada humanos… Consecuencia, que los más extraños allí son
precisamente los seres vivos; prácticamente todos asfixiándose y extinguiéndose
entre múltiples enfermedades.
Si desde un principio se toma la vida como una ventura y no como una
aventura…, las consecuencias son sideralmente diferentes. Prácticamente desaparecerá
de su mente el espíritu de destrucción y aniquilación que prácticamente pareciera
que algunos es lo único que saben hacer.
Cuando el profesor se centra en la persona y no en el puro saber,
entonces pasa a ser maestro. No solo humaniza sino también se humaniza. Y así,
la educación, recién comienza a servir a la sociedad.
En todo lo que hagamos lo que se necesita es una pisca de buena intención,
así la suma de miles y millones, producirá caudalosos ríos que regaran toda la
tierra, y los desiertos se transformaran en vergeles. La intención es buena
cuando solo hace y quiere el bien del otro.
Cuando la vida se identifica con un permanente aprendizaje, entonces,
todo cambia de ritmo y de color. Desaparecen los dogmatismos y los “yo lo sé
todo”, o “las cosas se hacen así porque yo lo digo”… o sea, florece la gran
virtud de la humildad: la base para construir sobre verdad y no sobre montañas
de mentiras.
El éxito es bueno solo cuando es de todos; y es perverso y dañino cuando
es solo de uno o unos pocos. Precisamente la tragedia de nuestros días es que
el éxito solo es de unos pocos, quienes han perdido la razón y se creen más que
dioses y señores de la tierra y de todo cuanto ella contiene.
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