miércoles, 7 de diciembre de 2016


Jlfg – pág. 401

    Es un error muy frecuente identificar éxito con realización personal; pero muchas veces, aquel hace añicos a este. Hay éxitos que acaban con la persona, la vuelven tosca, insensible, ciega y sorda a la realidad… ya no ve más que adversarios.



    Las ciudades modernas son lugares construidos con criterios comerciales pero poco o nada humanos… Consecuencia, que los más extraños allí son precisamente los seres vivos; prácticamente todos asfixiándose y extinguiéndose entre múltiples enfermedades.



    Si desde un principio se toma la vida como una ventura y no como una aventura…, las consecuencias son sideralmente diferentes. Prácticamente desaparecerá de su mente el espíritu de destrucción y aniquilación que prácticamente pareciera que algunos es lo único que saben hacer.



    Cuando el profesor se centra en la persona y no en el puro saber, entonces pasa a ser maestro. No solo humaniza sino también se humaniza. Y así, la educación, recién comienza a servir a la sociedad.



    En todo lo que hagamos lo que se necesita es una pisca de buena intención, así la suma de miles y millones, producirá caudalosos ríos que regaran toda la tierra, y los desiertos se transformaran en vergeles. La intención es buena cuando solo hace y quiere el bien del otro.



    Cuando la vida se identifica con un permanente aprendizaje, entonces, todo cambia de ritmo y de color. Desaparecen los dogmatismos y los “yo lo sé todo”, o “las cosas se hacen así porque yo lo digo”… o sea, florece la gran virtud de la humildad: la base para construir sobre verdad y no sobre montañas de mentiras.



    El éxito es bueno solo cuando es de todos; y es perverso y dañino cuando es solo de uno o unos pocos. Precisamente la tragedia de nuestros días es que el éxito solo es de unos pocos, quienes han perdido la razón y se creen más que dioses y señores de la tierra y de todo cuanto ella contiene.

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