jueves, 3 de noviembre de 2016


jlfg-pag. 386

El verdadero afán debiera ser no conocer a otras personas sino conocerse a sí mismo.                Solo el que se conoce a si mismo puede enriquecer al otro; quien necesita encontrarse con un sujeto y no con un objeto.



                Esperar que el otro sea como uno desea es perder el tiempo; más eficaz es comenzar a ser uno conforme a ese deseo.  Así, a buen entendedor, pocas palabras.

               

Para tener espiritualidad no es necesaria una religión; lo que se requiere es que el individuo sea coherente. Y esta es la fuente de toda virtud y garantía para un camino correcto.



                Hay quienes no creen en la amistad solamente en la competencia. Pero nuestra naturaleza no proviene del Mercado, proviene del Amor. Entonces, bien valdría reordenar nuestra escala de valores y principios.

               

                No hay dos mundos iguales, cada uno se construye el suyo como puede…, por eso lo que generalmente falta es comprensión, y lo que sobra es intolerancia.



                Es imposible encontrar al otro sino partimos de nuestra trascendencia, es decir, de la bondad (de lo mejor de nosotros mismos); partir del egoísmo es ir al vacío.



                Hablar y gesticular para mentir ha llegado al paroxismo, por eso, internamente casi nadie cree en nadie. En su interior casi se puede leer una leyenda que dice: “no le creas, te está mintiendo”.  Por eso, ¡hay una gran oportunidad para ser diferentes!



                 ¿Qué es el orden? Poner cada cosa en el lugar que le corresponde. Entonces, quizá por eso nuestra vida puede ir a la deriva y al debacle. En efecto, carecer de una escala de valores da origen a una escalada de confusión, tensión y animadversión.

               

                El hastío de la vida no se resuelve con una comida rápida; hay que anclar en puerto, reparar y luego volver a navegar. Es decir, ni siquiera las maquinas se reparan automáticamente. En nuestro caso, muchas veces, más que buscar causas lo que necesitamos es reencantarnos.



La fuerza del consumismo es tal que sigue arrasando con la salud de millones… y éstos no tienen fuerza de voluntad para decir “NO” al veneno que consumen: es el reinado del neuromarketing que logra reemplazar al sentido común de la persona.



                El egoísta piensa que es fuerte, pero solamente refleja su gran debilidad y temor. Lo que no es capaz de compartir se le convierte en una montaña que termina sepultándolo.



                La apariencia está asfixiando a mucha gente. Sonríen pero no están alegres. Viven pero no disfrutan. Y contemplan el horizonte con nostalgia… se sienten muy extraños en este mundo. La soledad y el aislamiento los aprisiona… No dar la espalda a este fenómeno debiera ser el desafío para la creatividad y solidaridad de otros.



                Solamente el trabajo transforma la realidad. Pero el trabajo trasciende la actividad física. Es más, todo trabajo físico sin alma nos vuelve más máquinas y menos seres humanos.  ¿De qué sirve contar con millones de individuos si nuestra sociedad no cuenta con seres humanos?

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