jlfg-pag. 386
El verdadero afán debiera ser no conocer a otras personas
sino conocerse a sí mismo. Solo
el que se conoce a si mismo puede enriquecer al otro; quien necesita
encontrarse con un sujeto y no con un objeto.
Esperar
que el otro sea como uno desea es perder el tiempo; más eficaz es comenzar a
ser uno conforme a ese deseo. Así, a
buen entendedor, pocas palabras.
Para tener espiritualidad no es
necesaria una religión; lo que se requiere es que el individuo sea coherente. Y
esta es la fuente de toda virtud y garantía para un camino correcto.
Hay
quienes no creen en la amistad solamente en la competencia. Pero nuestra
naturaleza no proviene del Mercado, proviene del Amor. Entonces, bien valdría
reordenar nuestra escala de valores y principios.
No hay
dos mundos iguales, cada uno se construye el suyo como puede…, por eso lo que
generalmente falta es comprensión, y lo que sobra es intolerancia.
Es
imposible encontrar al otro sino partimos de nuestra trascendencia, es decir,
de la bondad (de lo mejor de nosotros mismos); partir del egoísmo es ir al
vacío.
Hablar
y gesticular para mentir ha llegado al paroxismo, por eso, internamente casi
nadie cree en nadie. En su interior casi se puede leer una leyenda que dice:
“no le creas, te está mintiendo”. Por
eso, ¡hay una gran oportunidad para ser diferentes!
¿Qué es el orden? Poner cada cosa en el lugar
que le corresponde. Entonces, quizá por eso nuestra vida puede ir a la deriva y
al debacle. En efecto, carecer de una escala de valores da origen a una
escalada de confusión, tensión y animadversión.
El hastío
de la vida no se resuelve con una comida rápida; hay que anclar en puerto,
reparar y luego volver a navegar. Es decir, ni siquiera las maquinas se reparan
automáticamente. En nuestro caso, muchas veces, más que buscar causas lo que
necesitamos es reencantarnos.
La fuerza del consumismo es tal que sigue arrasando con la
salud de millones… y éstos no tienen fuerza de voluntad para decir “NO” al
veneno que consumen: es el reinado del neuromarketing que logra reemplazar al
sentido común de la persona.
El egoísta
piensa que es fuerte, pero solamente refleja su gran debilidad y temor. Lo que
no es capaz de compartir se le convierte en una montaña que termina sepultándolo.
La
apariencia está asfixiando a mucha gente. Sonríen pero no están alegres. Viven
pero no disfrutan. Y contemplan el horizonte con nostalgia… se sienten muy extraños
en este mundo. La soledad y el aislamiento los aprisiona… No dar la espalda a
este fenómeno debiera ser el desafío para la creatividad y solidaridad de
otros.
Solamente
el trabajo transforma la realidad. Pero el trabajo trasciende la actividad física.
Es más, todo trabajo físico sin alma nos vuelve más máquinas y menos seres
humanos. ¿De qué sirve contar con
millones de individuos si nuestra sociedad no cuenta con seres humanos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario