lunes, 26 de junio de 2017

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Quien levanta al caído se levanta a si mismo

Algo renace en ambos

Y en el  intercambio de dones

Ocurre el milagro del amor.



Hay demasiado temor a mirar de forma misericordiosa

Y en el actuar tampoco se le da cabida

Por el error de creer que el amor es debilidad

Y la prepotencia es fortaleza.



¿Por qué la tierra nos puede humanizar?

Porque la tierra no nos agrede

Nos ensena a ser tolerantes, a tener paciencia

A no llevar cuenta de las ofensas

A saber esperar y no

 cesar de hacer el bien.



El futuro ronda buscando a quien ilusionar

Sacarlo del presente

Y llevarlo a lo incierto

Ante lo cual someter el presente con todo lo que le rodea.













EL PRESENTE Y FUTURO DE UNA NUEVA MENTALIDAD

Hay cosas que no por sabidas se hacen. Sabemos que son los niños y jóvenes de hoy los que serán los adultos del mañana. Y el mañana por el que abogamos es que no sea como es el presente; porque este presente no tiene futuro.

Si escucháramos a los niños y a los jóvenes, aquellos que no estén todavía contaminados con nuestro pensamiento y proceder. Ese proceder donde el otro está ausente; o está presente solo como cliente o como adversario, pero nunca como hermano. Es decir como elemento fundamental para nuestra existencia.

En este marco, el gran otro es la tierra. Ese ser sobre el que estamos parados, pero que no hemos aprendido a convivir con ella de forma fraterna y constructiva. Siendo el primer paso, para este fin, el dejarnos interpelar por ese otro.

¿Qué se necesita para que este milagro ocurra? Poner a un lado nuestra racionalidad aprendida, esa que nos engaña haciéndonos creer que somos los únicos en medio del resto que no tiene y no puede alcanzar nuestra gran privilegiada condición y posición. Y descubrir que nuestra realidad es otra completamente distinta. Constatar la interdependencia total de unos y otros, que nadie puede subsistir por sí mismo y por sí solo. Que la sobrevivencia es el fruto de la mancomunión  fraterna de unos y otros, y de todos. Aceptar que todos somos alimento de los unos y los otros; y no solo que los otros existen para ser nuestro alimento.

Este es el círculo no de muerte, sino de vida. El haberlo roto, precisamente nos desvío del camino que nos ha llevado a este presente invivible y sin futuro: mirándonos como especie y como planeta.

Ahora bien, lo interesante de este estado de cosas es el desafío que nace para crear caminos nuevos que broten de una nueva espiritualidad y de la comunión fraterna y solidaria con el planeta y con todas las especies. Camino en el que pueden estar ausentes los niños y los jóvenes; y más bien, son ellos quienes deben de llegar a estar en el centro de la focalización de la reflexión y acción de los adultos.

Las estrategias para convocarlos deben de pasar a ser unan prioridad con la conciencia que son ellos los adultos de mañana que está ahí mismo… no hay tiempo que perder. Una de las oportunidades que las nuevas ideas son convocantes y pueden atraer el compromiso de las nuevas generaciones. Visita a escuelas, talleres, actividades lúdicas y artísticas ya deben estarse planificando para su pronta realización.



                José Leandro flores       

                25 de junio de 2017

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